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Retrocedamos hasta los orígenes de la medicina y la farmacia. Contamos con un guía de excepción; Antonio Penadés, escritor y apasionado conocedor de Grecia y su historia, además de buen amigo de FarmaTopVentas. Un lujo. Allá vamos...
Con anterioridad a la época arcaica y al nacimiento del ambiente ilustrado y racional en Grecia antigua, el arte de curar a los enfermos pertenecía al ámbito del mito. Cuenta la leyenda que el dios Apolo se presentó en una ocasión ante una hermosa princesa lapita llamada Corónide y yació con ella en un bosque de Epidauro. Aquella noche de pasión provocó el embarazo de la joven, quien, ante la huida del dios, decidió casarse cuanto antes con su prometido, un príncipe de la ciudad tesalia de Larisa, y evitar así el escarnio público que suponía ser madre soltera. Cuando Apolo se enteró de que su amante había contraído matrimonio, se presentó en el lecho conyugal y, en un arranque de cólera, mató a flechazos a ambos príncipes. Fue un acto irracional del que se arrepentiría enseguida, y por ello en cuanto Corónide exhaló su último aliento, el aterrorizado Apolo extrajo su cuchillo, lo hundió en el vientre de la joven y extrajo cuidadosamente de él a su hijo. Aquella sería la primera cesárea practicada a una mujer.
Sin saber qué hacer con aquel niño salvado de la muerte, Apolo lo envolvió en una túnica y se desplazó hasta el monte Pelión, en el extremo oriental de Tesalia, donde vivía Quirón, un centauro famoso por su bondad y su sabiduría. Aquel maravilloso ser con cuerpo de caballo y busto de hombre era un experto en música, en filosofía, en cirugía y en las artes de la guerra, por lo que ejerció de educador de héroes como Jasón y Aquiles. Aún conmovido por la atrocidad que acababa de cometer, Apolo rogó al viejo centauro que se hiciera cargo del bebé y le diera la mejor preparación. Para reparar la desgracia que precedió a su nacimiento, añadió el dios, al alcanzar la madurez su hijo debía devolver la salud a un sinfín de hombres y mujeres. El centauro cogió al bebé en brazos y, sin más, se volvió y lo acomodó en lo más profundo de su cueva. Aquel niño recibiría el nombre de Asclepio y no sólo llegó a convertirse en un magnífico sanador, sino que durante siglos sería adorado por los hombres como el dios de la medicina.
Al alcanzar la adolescencia, Asclepio ya había superado a su maestro en la técnica de la cirugía y en el empleo de los medicamentos que proporcionan los bosques, como la salvia, el estramonio o el muérdago. Sus hábiles manos llegaron a ser capaces de diseccionar animales con enorme precisión, extraer órganos y cerrar heridas con una facilidad pasmosa. Asclepio visitó entonces el oráculo de Delfos, donde conocería por primera vez a su padre. El dios Apolo, reconfortado al comprobar que el proyecto de vida que se había planteado para su hijo estaba bien encaminado, le ordenó que se dirigiera a Epidauro, el precioso paraje del Peloponeso donde había sido concebido, y que fundara allí un gran sanatorio para emplear sus habilidades en beneficio de los humanos.
Al llegar a Epidauro, Atenea se apareció ante Asclepio y le dijo que había podido conocer su proyecto y que quería colaborar en él. Ante la sorpresa del joven, la diosa le entregó un frasco que contenía sangre de la gorgona Medusa. Según afirmó, ella misma había recogido esa sangre mientras salía a borbotones de las venas del cuello de Medusa justo después de que el héroe Perseo le cortara la cabeza. Una sola gota de ese frasco era capaz de sanar la peor de las heridas e incluso podía devolver la vida a un muerto. Consciente del inmenso poder que le concedía aquel obsequio, Asclepio lo aceptó con solemnidad y mostró a la diosa su agradecimiento.
Al cabo de un tiempo, cuando el sanatorio de Epidauro comenzó a curar a hombres y mujeres llegados de toda la Hélade, Hades, el dios del inframundo, se quejó de que se le estaban arrebatando a muchos de sus súbditos. El flujo de muertos que arribaban a su reino había disminuido sensiblemente y eso era muy perjudicial para él. Para acallar las amenazas de Hades, su hermano Zeus fulminó a Asclepio con su rayo, pero poco después tuvo que acceder a las súplicas del desesperado Apolo, incapaz de soportar la muerte de su hijo y que el crimen que cometió sobre su madre la princesa Corónide quedara sin reparar. Compungido, Zeus devolvió la vida a Asclepio, y decidió además concederle la divinidad para que pudiera ejercer su profesión sin que Hades ni ningún otro inmortal le causaran más contratiempos.